"Pidan todo el Perdón que quieran, pero digan Dónde Están..."... (foto: v.a.) |
Elijo el Imperdón, a 40 años
Las cicatrices nos recuerdan quiénes
somos cuando la geografía intoxicada de invasiones lo niega, cuando nuestra
biografía, por el dolor, las borra. Nos adentramos en ellas, buceamos, renace la
memoria, la restituimos. Podemos decidir y continuar con la memoria y desde la
memoria.
El imperdón no es un puro gesto o
testarudez, es memoria y decisión. Las mujeres abusadas organizadas en
autoayuda colectiva han hecho ese camino en distintas partes de la tierra.
Muchas han decidido no perdonar, han sanado y nos han regalado esa sabiduría a
otras sobrevivientes. Hay mucho que aprender de las mujeres en comunidad.
Esta correría de perdones a 40 años del
golpe fascista, suena más a pechoñería que a terapia y huele a pura mierda. Es
un perdón facineroso muy bien guiado por el circo electoral que se nos viene.
En lo personal no les perdono los
champañazos mientras nos perseguían, tampoco
la delación y el silencio cuando nos allanaban, ni las sonrisas mientras
se llevaban a los amigos que devolvían acribillados. Eso y más perpetró mis
cicatrices.
La memoria del imperdón no es simbólica,
relativa ni diversa. Es corporal, material, concreta. Y no es interpretable…
¿Qué interpretación podría dársele a las
violaciones con ratas y perros, a las quemaduras de cigarrillo en por todo el
cuerpo, a cuerpos engrapados, a la corriente en los genitales, en la boca y los
oídos, a colgar por horas al torturado de manos y pies amarradas, a sumergirles
en líquidos podridos y en excrementos, a gente lanzada desde helicópteros viva
o muerta, a secuestros de guaguas, a mujeres a la que hicieron abortar a
golpes…?...
Eso no fue relativo. Es biografía y
geografía concreta.
La herida fascista se lleva en el cuerpo.
Es una herida memorial de crímenes, resistencia y rebeldía.
¿Perdonar en nombre de quienes quedaron
congelados en unas fotos que preguntan DONDE ESTÁN?
¿Perdonar como si pudiésemos detener
sensaciones, emociones, sentimientos de todo un pueblo en revolución que fue
truncado con metrallas?
¿Cómo perdonar cuatro décadas
neoliberales que hasta a jóvenes en lucha hoy, les hace hablar en difícil, simbólicamente,
desde el tullido escalón de clase que ganaron con todo ese crédito que pagarán
de por vida y que les ha servido para salir de la pobla…?
Hubo un tiempo en que la población, la Toma,
no fueron vergonzosas sino dignas. Sin pavimento, pero bien caminadas por la
educación popular que no tenía giro comercial ni nombre institucional. Tampoco
cundían los créditos, el boletín comercial y menos los malls.
Tengo grabada una memoria de debates
entre políticos que no eran melosos y domingos de trabajos voluntarios contra la
sedición. Es una memoria de construcción para devenir a otro lugar. No sé si a nunca
jamás o a un socialismo más utópico que real, pero lo que sí sé, es que no fue
para venir a dar a este E$tado de Dere$ho del terror disfrazado.
He nutrido mi memoria con la de otras un
poco más viejas y sé que las más jóvenes se nutren con la nuestra. No hay que haberlo
vivido para entender que esa construcción política ni en sus peores pesadillas imaginó
la población neoprenera -ahora pastabasera-, que de revoluciones mutó en
negaciones y carteles de la droga. Nunca planeó la miseria disfrazada de
créditos, ni deseó a sus niños y niñas una infancia con la bolsa hinchada de neoprén
en la cara, y jamás hubiera soñado con su hombre nuevo individualista, aspirante
a una clase media arribista, que de tantas frustraciones, depresiones y estrés,
terminaría en un ruco fumando pasta base, dolorosamente aislado.
“Apagón cultural”, le llamaron en un
tiempo a este espanto desatado. Comenzamos a vivir en un país en que hasta “La
novicia rebelde” era censurada. Me acuerdo que el desenlace editado por los sirvientes
televisivos de los milicos, dejó pasar sólo hasta la escena en que Julie
(Andrews), la aspirante a monja y Cristopher (Plummer), el antifascista barón
que se negó a izar la bandera nazi, se besaban por primera vez. Cortaron las
escenas en que burlaban a la Gestapo. Supe cómo terminaba esa película sólo un
par de décadas más tarde porque fueron 17 años en que ya no estaba para ver
películas, ni leer historietas. Eso se había quedado enterrado junto con los
libros que hubo que esconder. Se había quemado en las piras de sueños brujos
que nos destruyeron en cada allanamiento. Se había muerto junto con las
mascotas que nos acribillaron. Había desaparecido como los compañeros, las
jóvenes rebeldes y los niños, cuyos cuerpos aún no se sabe DÓNDE ESTÁN, o cuyos
restos han sido entregados momificados.
Colocada ya la bandera nazi en versión
criolla por 17 años en $hile, ésta ha seguido izada, pero más piola, por otros
23. La entrega a los mismos que fraguaron el golpe, fue máxima. Muchos chiquillos
y chiquillas que de patear piedras habían pasado a la autodefensa ante la
tortura, fueron avisados que se cancelaba el legítimo derecho a la rebelión porque
una farsante alegría negociada ya venía.
No perdonar ni devanearse ni coquetear
con la hipocresía puede conservarnos la dignidad en vez de hacernos vivir en la
constante humillación.
El imperdón puede confrontar la negación
que se toma nuestro territorio y salvar nuestra biografía y su autodefensa.
El imperdón es memoria, cuerpo, acción
colectiva. Es reconocer que el Golpe duele y ha sido ignorado, está latente,
late, aparece siempre y de manera errática porque se ha intentado borrar. Sólo
al reconocerse, se descubre el verdadero impacto que ha tenido. Se restituyen
la biografía y la geografía de quien sea que seamos desde lo íntimo, lo
personal y lo público… Nos han diseminado, pero hemos sido pueblo resistente a
pesar de los pesares. Somos sobrevivientes. Puede ser notablemente restaurador el
camino del imperdón. No avergonzarnos de haber sido víctimas, agradecer la
resistencia, seguir con las rebeldías, es un proceso que hay que hacer. Yo
elijo el Imperdón.
victoria aldunate, lesbiana feminista, sobreviviente
ex pp de la Dictadura, escritora y terapeuta (2013)
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